miércoles, 30 de noviembre de 2016

Catarsis II

Mientras tengo las vías respiratorias inflamadas a causa de los ácaros que inhalo. Mientras respiro a duras penas y el sonido agudo de lo que parece ser un gato dentro de mi pecho está a punto de morir. Mientras observo a mi fiel amiga de cuatro patas, mi pequeña elfo doméstico, cazando ratones en la casa... pienso en las palabras de mi padre, pienso en la fortaleza que me dan sus palabras, pienso en los nudos que he desatado al contarle algo de mí.
No soy madre, pero mi imaginación y mi empatía son poderosas. Y con estas herramientas mentales, sé que ver llorar a un hijo no debe ser fácil.

He querido alejar los dolores de ti, padre y madre. He querido ahorrarte, padre y madre, el dolor de mi dolor durante mucho tiempo. Porque para eso, padre y madre, me criaste... para ser una mujer fuerte, capaz de resolver mis "n" problemas. Por eso me aparto de ti, padre... y de ti, madre, cuando tengo que desatar los nudos que se enredan en mi pecho y se extienden hasta mi azulada garganta, hasta mi laberinto cabeza, hasta mis oídos estéreo, hasta toda yo; convirtiéndome en una maraña de miedos, de terribles fobias.
Pero el tiempo pasa, y comprendo que tengo derecho al abrazo y al beso, mientras lloro en tu regazo, papá y mamá. Pero también lucho, lucho con aquella imagen de tu dolor, padre y madre, de ver el mío arder. Entonces, siento que no debo lastimar su amor por mí y dejo que sigan teniendo aquella imagen de la que, ahora, es su hija que llora. Sin dramas, siempre sin dramas. Solo llora por el afán de querer expulsar cierta impotencia, porque hay cosas por las que no puedo tener total control. Cuando pasa eso, papi y mami, me reservo el derecho a un par de lágrimas y a ese deporte infantil, el de querer correr hacia ustedes, darles las quejas de quien me quitó un juguete para, luego, seguir llorando alborotada. Pero no. Prefiero hacerme a un lado y el silencio.
Hoy fue diferente. Estuve andando de un lugar a otro, hasta hacerle huecos al piso de nuestra casa... con todo el amor contenido en un cubo rubik, totalmente desarmado. Intenté detenerme, pero también alimenté ese deseo de un abrazo salvavidas y una capa de invisibilidad ante el dolor casi imbécil que me embarga. Y me lancé en un acto que creí suicida. Fue la primera vez, que me viste dar mis manotazos de ahogada, papá. Sin más, me lanzaste el abrazo salvavidas con toda prisa y me rompí en un llanto descomunal. Claro, ese reflejo mío de apretarme los ojos con mis manos, siempre estuvo presente. Como si con eso yo pudiera evitar que veas la facilidad con la que mis ojos se enjuagan a causa de situaciones perdidas, por aquellas que no tengo mayor control.
Pobre tonta.
Tú ya estabas ahí, solo tenía que dejar que sigas cumpliendo tu papel de superhéroe en el campo de batalla en el que se ha convertido mi corazón estos días; mientras asimilo -a duras penas- aquello que no he querido: las chicas como yo, también pueden quebrarse como las hojas secas por el sol.

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