sábado, 8 de julio de 2017

Adiós

Como casi nunca, mi alma tomó mi cuerpo antes de la hora programada. Tal vez sea la rutina. Levantarse, ir camino al trabajo, trabajar, salir del trabajo, ir camino a casa y echarme a dormir. Todo para comenzar de nuevo. Hoy rompí la rutina, una sonrisa extraña me hace la señal desde el techo y no puedo dejar de pensar en cómo todas las cosas hermosas, si se van o se acaban, terminan desgarrándote lo más recóndito del alma. Y cómo duele el dolor, la fiebre que hoy me aqueja se siente como el mismo infierno, como si hubiera sido víctima de un castigo de cien azotes en la espalda. Y en medio de todo este ardor, recuerdo las más sublimes caricias que, en su momento, curaron mis heridas. Ahora, oculta en este infierno que yo elegí como hogar, sigo mirando el techo, mientras estiro los brazos solo para alcanzar esa sonrisa que parece ser mía, pero no lo es... al menos ya no.
Soy en extremo reservada, por eso recurro a ti para que recibas estas letras, las protejas con la discreción que merecen las confesiones. ¿Cuál es mi confesión?, me preguntas a través de esta página en blanco... pues, mi confesión: el dolor, la tristeza y las lágrimas que han superado mi capacidad de resistir . He querido vivir plenamente, dejé mi lugar de nacimiento solo para limpiar mi alma, mi espíritu y aprender cosas nuevas. Pero el amor, que en muchas ocasiones me ha sido esquivo, no dejó que me vaya sin haber recibido su marca. En el poco tiempo que estuve en esta ciudad que aún no me pertenece, mi dolor era un animal pequeño que solo me molestaba cuando tenía hambre de recuerdos. Me acompañaba a donde fuera, siempre con la sonrisa final de la persona que he amado. Ahora, es una bestia que me quita todos los días la dicha de haber vivido gratos momentos y vomita sobre mí solo el despojo de ellos, como queriendo verme llorar, desesperada por recuperar cada sonrisa robada. ¿Cuándo podré, entonces, conservar la sonrisa? ¿Cuándo el amor podrá salvarme?... Son cuestiones que palpitan en mi cabeza, deseosos de encontrar sabias respuestas de la boca del ser que amo. Porque en medio de todo este cúmulo de desconfianza con los que sus actos me marcaron, lo amo. Su voz grabada en mi memoria todavía dice mi nombre. Sus gestos, su alegría, el olor de su piel, son obsequios que la distancia no ha podido arrebatarme aún y, sin embargo, hay una sombra que se posa sobre todo ello, adopta la forma del ser que amo y me golpea con cada equivocación que tuvo en el pasado. Herida en mi amor propio, lo miro a los ojos y decido marchar. 
Despierto. Todo este tiempo estuve mirando el techo con los brazos en alto, como queriendo abrazar aquella sonrisa que todo este tiempo fue de él y que se hizo mía.
Adiós.