viernes, 30 de septiembre de 2011




Roxanne
No tienes que encender la luz roja
Esos días han terminado
No tienes que vender tu cuerpo a la noche

Roxanne
No tienes que usar ese vestido esta noche
Caminar las calles por dinero
A ti no te importa si está mal o si está bien

Roxanne
No tienes que encender la luz roja

Te amé desde que te conocí
Yo no te hablaría bajo a ti
Yo tengo que decirte, simplemente, cómo me siento
No te compartiré con otro muchacho
Sé que mi mente se decidió
Así que, quítate el maquillaje
Lo dije una vez, no lo diré otra vez
Es un mal camino

Roxanne
No tienes que encender la luz roja
Roxanne
No tienes que encender la luz roja

viernes, 16 de septiembre de 2011

V.M.T: La Casa Chocano 9-20

Aquí en Villa, al menos en la zona que alguna vez viví y aún viven mis primas, no es desagradable; al contrario, las mañanas del verano pueden ser amigables con el sol de despertador y los pajaritos y los árboles y los panaderos que andan con sus bocinas y el olor de mañana adormecida y transpirada. Esta zona de Villa, es decir, el Cercado, es uno de los más gratos recuerdos que tengo desde que vine a San Juan. Claro, la Villa no tiene mucha zona urbanizada, pero esta parte o al menos la que fue mía, sí lo era y lo es; aunque ahora es algo más oscura y de bares de mala muerte donde pandilleritos van a hacer la hora hasta que les dé la gana de reventarse la pista y a la gente del camino.

Muchos recuerdos de Villa, como cuando vivíamos en la “casa de Chocano”, la primera casa.

“Si te pierdes qué le vas a decir al policía”, preguntaba mi mamá, “Yo vivo en José Santos Chocano 9-20”, respondíamos mi hermano y yo.

Recuerdos como cuando el aseptil rojo de verdad era rojo y nos lo echamos encima mi “hermano y yo” y luego subimos a la ventana, sacamos las piernas hacia la calle hasta que los vecinos, al vernos, creyeron que estábamos sangrando y tocaron la puerta como locos.

O cuando mi mamá nos llevaba a comprar a la tienda de la señora Susana y bajando nos vendía como chanchos.”¡Veeendo chancho!” y mi hermano patas arriba, cabeza abajo, haciéndola de chancho.

La noche que pude ver a la luna grandota y me enamoré de ella y sin querer queriendo del cielo de Villa, que en la noche de verano, tenía la vanidad de su luna sumergida en el cielo azul.

Las cometas en otoño, de verdad ese otoño era rojo-naranja como en los dibujos de los cuadros. Las cometas, temporada de cometas, muchas cometas y mi mamá nos daba la alegría de su juventud, de aquí hasta la bajada de “Chocano”.

No recuerdo mucho la televisión, solo el Show de Yuli y mi chompa con su rostro impreso en ella.

El triciclo que nos regaló mi tío, hermano de mi papá, los taquitos de madera en los pedales y mi hermano pedaleando con un solo pie. Pie de chancho.

Los “cucos” de la “casa de Chocano” “Cuco, men, cómete a Yayis”, decía yo.

La señora Vivi-vivi y su basura en medio de la calle o en la puerta de mi casa.

La señora Belia y su casa con olor a antigüedad, sus paredes tapizadas con retratos de hijos que no pintaban en la vida de la viejita, su olor a cigarro y a cerveza, su cuerpo flacucho meciéndose en los tacones, su mazamorra de melocotón que me hostigó, su piso ultrarojo, el juego de cocinita para mí, los soldaditos para mi hermano, su “Chinita linda” para mí, su “Chinito lindo” para mi hermano, su melosería para los dos, sus nietecitos los dos.

La casa de las chinas y su tortuga de colores. Grande y vieja tortuga pelleja. Lentamente triste.

La señora Susana, su gordura, sus hijas, su bodega.

La vez que me mordió el perro: las tijeras, el hilo, la gasa, mi pierna, el dolor que produce la posta de Villa, mi dolor…el sol.

El olorcito a madera de la carpintería de mi tío, las ratas que vinieron con ella y su gordura golpeando el techo.

El gato que me asustó cuando se fue la luz, les tengo miedo, los odio.

La luz apagándose. Los “coche-bomba”. Nos reventaron lo que ahora es Luz del Sur de Villa.

El rezo del “Santo Rosario”, inocencia de mi madre.

La chica que recogimos de la calle y bañamos.

La borrachera de mi viejo (van 20 años que mi padre es otro).

La loca rompelunas.

Los nervios de mi madre.

La luz apagándose de nuevo.

La cachetada de mi madre en mi nariz y la sangre roja como el aseptil.

Los camotes fritos.

Laica y Faraón, los pastores alemanes de mi tío.

El aserrín, la viruta, las máquinas asesinas del taller.

Laica muerta, Faraón muerto.

Las pulgas en mi pantimedias blanca. Mi padre sacándomelas.

El día que mi hermano le dijo papá a un desconocido.

El mercado de Villa, el olor a verduras, la vez que me perdí, el extraño ojo del señor del pescado.

Mi tía Nilda (que en paz descanse y santigüación) y su uniforme del Juana Alarco.

La policía, tal vez algún embargo.

La luz se fue y mi mamá nos canta sin haber renovado repertorio.

Las tareas del nido, el “puerta, door; ventana, window; pollito, chicken; gallina, hen…”, la escritura, la lectura y la tortura, con el libro de aprestamiento.

Los días pasando, mi madre riendo, a veces llorando. Mi padre es una imagen medio borrosa, pero lo veo.

La loca rompelunas que vino a jodernos la paz, nuevamente.

Y esa, creo, fue la última vez, que vi la luz encendida en la que fue mi casa, la casa de Chocano, la del 9-20, la de la infancia y la de travesuras con dos nombres y un mismo apellido, la que terminó con la chapa rota y las lunas regadas con el mismo brillo de la azúcar blanca, así de “ñizquitas”, las lunas de nuestra ventana; en manos y en la locura de una loca rompelunas, loca de mierda, loca de locas, loca puta.

Entonces, ya no éramos “mi hermano y yo”; sino, mis dos hermanos, yo y mis padres saliendo de “Chocano”, diciéndole adiós a todo recuerdo que, probablemente, ya no alcance en mi memoria.