sábado, 5 de febrero de 2011

05.02.11

De nuevo aquí, con la cabellera larga y las ilusiones cortas.


Hace poco, qué digo poco…poquísimo, fue 3 de febrero del 2011.

Un año más en el fallido intento de recomponer, lo que llamamos, un amor que ha salido airoso de los “despísticos” y “rutineados” malabares -seudoinfantiles- de sus dos protagonistas: tú y yo.


Ya se hicieron los años y con nosotros pequeñas arrugas de infelicidad no admitida por simple capricho y/o curiosidad, quizás, de saber qué podría haber unos añitos más allá. Tal vez el doble de pequeñas arruguitas alrededor de nuestra boca que es lo positivo de nuestra historia. Tal vez si recordamos que la primera en dibujar la delgada línea fui yo, al darle una interpretación errónea a tus debiluchos contorneos corporales, y a la gravedad de tu voz alojada en el centro de mi pecho. Me equivoqué.

“Pero mi amor, no todo está perdido”-es lo que cada fin de mes, de los años que llevamos parados en el corazón de Lima, nos repetimos constantemente. De algún modo, para recordar- o para recordarme- que la pionera en plantar duraznos en tu piel, fui yo…una vez más, yo. Por eso, religiosamente, he decidido salir a tu encuentro para echarte el agüita que te hace falta y abrirte las ventanas para que la luz siga inundando tu habitación donde los pelos del perro nunca dejan de aparecer ni de incrustarse en los poros abiertos de mi rostro, haciéndome sentir que es amor lo que sangra y lo que me hace estornudar con fuerza...que es la sensación más parecida a tu voz retumbándome el sentido del sexo, en ofrecimiento de un sábado azul para no tener que aguantarme un domingo con hartas tristezas de no sentirte mío y de mis huesos.