Chorrillos, hueles a mar.
Cierro los ojos y me pierdo dentro de mí, la gente
me mira raro. Bastan solo unos segundos para que todo fluya en mi memoria.
Cuando era niña, eras distinto. La avenida Huaylas
era una zona industrial, lo recuerdo bien. Las tardes naranjas aún están
perennes en mi memoria. Aquellas tardes de regreso a casa, después de un día de
playa, de un día de sol intenso sobre mi piel. Subíamos por aquellas escaleras,
que tampoco son las mismas, y andábamos el camino por todo Huaylas. Qué iba a
imaginar yo, que nuevamente recorrería esa línea tuya.
El Morro Solar, también es un grato recuerdo. Mi
madre, devota de la Virgen María, llevándonos por el escarpado sendero, siempre
confiada en su fe. Llegamos donde está la Virgen y, desde allí, pude ver la
fotografía más hermosa de ti.
Ahora, Chorrillos, después de muchos años, volví a
transitar tus calles con una sonrisa y un amor. Ambos me llevaron nuevamente a la
avenida Huaylas, al mar y al Morro Solar.
Así, sostenida de una mano y un amor que, como el
humo de todos los cigarrillos que fumé mientras te andaba, se fue con la brisa
del mar. Así, sostenida de un amor que me llevó a echar raíces en tu suelo, un
suelo del que solo era una transeúnte pasajera. Así es el amor enfebrecido… cuando
cala hondo, te lleva a sitios insospechados.
Ahora la avenida Huaylas es un cuchillo filudo en
mi garganta, es un campo de batalla, es una postal a la cual no quiero
pertenecer, pero pertenezco y permanezco. Porque cuando uno decide con esa
fiebre que te da el amor, ya no hay marcha atrás. Entonces, respiro hondo, miro
hacia adelante y vuelvo a cerrar los ojos recordando la brisa de tu mar… y paso…
paso sabiendo que hay muchas huellas de mí en toda esa avenida dolorosa. Y por
un instante, tras la ventana, me veo… me veo andando tomada de esa mano de la
que te hablo. Me veo feliz, yo conozco esa mirada mía de chica enamorada, yo
conozco esa inquietud de mi alma tratando de dibujar una sonrisa en el rostro
de mi ser amado. Y no sabes, Chorrillos, cómo duele verme desde lejos y luego
verme aquí, frente al espejo retrovisor de cada taxi colectivo al que subo.
Entonces, ese mismo dolor es el que me lleva a mirar
hacia el Morro Solar y en un intento desesperado, me hace tomar a la Virgen desde lejos… y con
mis manos la aprieto contra mi pecho, con la misma devoción de mi madre, rogando
que esta nostalgia se haga más liviana y no me siga quebrando por dentro. Pero
una vez más, veo la sonrisa dibujada del ser que amo y que se fue con la brisa
del mar. Me hace una seña desde esa distancia abismal y me vuelve a explicar la
historia del “soldado desconocido”. Y yo, desde la misma distancia abismal,
sonrío… sonrío solo como se le puede sonreír al ser que uno ama y que se sabe ya
no estará: con el alma y el corazón abiertos a tu mar.