Son las 04:00 am y juego con mi pelo.
Me ha costado conciliar el sueño en estos días, quise escapar un poco de la ciudad. Lo hice, sola... hasta ahora no me lo creo. Regresé y estoy jugando con mi pelo una vez más, tratando de acariciar esta herida que yo he dejado sangrar. Sí, yo soplé la herida, le puse parches y la volví a oxigenar. En ese trajín entre poner y sacar los parches, vino de nuevo el que me causó la herida, la besó y volvió a sangrar.
Yo dejé que lo haga... otra vez.
Que no se culpe a nadie de esta herida.
En una situación como esta, mi único escape es escribir como condenada, como si a través de este ejercicio, yo pudiera alivianar la pena.
Aún me veo de lejos, poniendo mi entera fe en una persona. Aún me veo de lejos, con mi gesto de cautela, como si temiera ser herida por una palabra o algún gesto. Aún me veo de lejos, cómoda en una nueva familia. Aún me veo de lejos, acariciando una sonrisa. Aún me veo de lejos, sintiéndome bien amada. Pero ahora, todo es de lejos; mientras estoy acostada en esta cama, tratando de conciliar el sueño.Y son esas evocaciones, cuchillos en mi alma.
Yo, siendo una persona reservada con mi dolor, busco refugio en esta hoja en blanco que soporta mis lágrimas y mi furia. Yo, ante esta hoja en blanco no puedo mentir:
Me enamoré una segunda vez. Quise y luego amé. Todo es un proceso. Confié lo poco que tenía para dar, al que creí mi compañero en el camino. Y anhelé que mi ser amado, sea el amigo con el que no tuviera que avergonzarme de lo que era, de lo que soy y de lo que seré. Por mi propia decisión, decidí dejar de lado una parte de mi espíritu: mi danza. Resguardada por el escudo en el que se han convertido mis palabras, andaba de la mano de quien amo y yo me sentía protegía. Sin embargo, una serie de situaciones se presentaron. Mi desconfianza hacia su persona, su poca claridad en sus actos, su pasado en amores, me llevaron a mantener una mentira. Nada grave, pero una mentira al fin y al cabo.
Yo, bajo el yugo de la culpa, asumí las consecuencias... y las consecuencias me siguen sucediendo.
Ir y venir, ir y venir, ir y venir, ir y venir, ir y venir entre los dos... solo me ha ayudado a darme cuenta que las heridas cada vez se hacen más profundas. Donde antes estaba mi compañero protegiéndome, ahora solo veo a alguien atacándome. Donde antes estaba mi compañero gracioso, ahora solo veo a un chico burlón. Donde antes habitaba una sonrisa, ahora solo escucho quejas y una que otra mirada al vacío, como si su aburrimiento se extendiera por todo su cuerpo, mientras fuma el cigarrillo. Estas imágenes son, precisamente, cuchillos en mi alma.
Pudimos decirnos adiós.
Tengo treinta años, siempre me lo repito para recordar que debo guardar la compostura; pero mi hoja en blanco me lo perdona todo y me permite ser una mujer que ama y que llora al mismo tiempo, sin ánimo de tragedia... solo una mujer que ama y que llora sobre aquello que deseó y ahora, se encuentra ya camino hacia el olvido.